
Desde muy niña he tenido una devoción especial por San Francisco de Asís, después de Jesus y la Virgen Maria para mi estaba San Francisco con su bella oración y sus cantos.Siempre he comprendido que su alabanza a la creación es ante todo y por encima todo la jubilosa expresión de su amor a Dios. Con el tiempo he conocido que sus cantos buscaban tambien responder a una de las herejias que se promovian entonces.
Durante la vida del Santo la Iglesia enfrentó uno de los movimientos heréticos más peligrosos para la Fe, me refiero al Catarismo, cuya espiritualidad devaluaba las cosas materiales y que, por esta misma razón, no tomaba en serio el hecho de la Creación por Dios, tal como debía serlo según la Revelación.
El mundo de la materia no era para ellos más que un mundo puramente quimérico y, en el fondo, la causa de todo mal. A San Francisco le importaba ante todo conservar la verdadera imagen de Dios contra su falsificación hecha por el dualismo cátaro. Esto esclarece aún más y adquiere mayor evidencia cuando se examina lo que dice San Francisco acerca de la creación.
En un pasaje de la Regla que, con razón, ha sido llamado el Credo del Santo, San Francisco da gracias «porque, por tu santa voluntad y por tu Hijo unigénito con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales y a nosotros, creados a tu imagen y semejanza, nos pusiste en el paraíso» (1 R 23,1). Toda la creación, por tanto, viene de la mano de Dios, tanto el mundo corporal como el de los espíritus. Al Dios Uno y Trino debe su existencia. Por ello, San Francisco, en esta oración, le da gracias por la creación de todo el cosmos.
De esta convicción fundamental procede, pues, su concepto de la naturaleza, tan profundamente enraizado en la fe, que estaba en completo contraste con todo el pensar cátaro, el cual debía resultar incomprensible al Santo. Puesto que la naturaleza fue creada por Dios, por esto mismo apunta hacia Él: «de ti, Altísimo lleva significación», y el hombre puede glorificar a Dios por y a través de las criaturas. Así lo hace en su Oficio de la Pasión, valiéndose de muchos pasajes de los Salmos; así también en el incomparable himno de las criaturas que, como Cántico del Hermano Sol, ha entrado en la literatura universal, y que tan profunda impresión causó en los hombres de su tiempo.
En medio de las tinieblas en que el mundo estaba sumergido por el Catarismo, irrumpió un optimismo creyente de un modo espontáneo y convincente; pues el Cántico del Hermano Sol es una manifestación brotada de una fe totalmente cristiana, según la cual esta tierra es hermana y buena, todas las criaturas que habitan el firmamento y la tierra son bellas e intrínsecamente buenas. En este cántico, que es al mismo tiempo una confesión jubilosa,San Francisco revela, de forma sumamente poética, la belleza y bondad incluso del mundo material. Porque éste refleja objetivamente el señorío de Dios («Todas las criaturas que hay bajo el cielo, según su naturaleza, sirven y conocen y obedecen a su Creador», Admonición 5), el hombre tiene la obligación de glorificar a Dios por él y para él. Por esto, San Francisco incluye el mundo en su oración.
Esta actitud de san Francisco es descrita, de manera sumamente emocionante, por su biógrafo: todo lo que existe en este mundo llegó a ser un apoyo para este peregrino caminante hacia el Eterno. Para el Santo, todo era «un espejo clarísimo de la bondad de Dios» (2 Cel 165). Gozaba de una dulzura indecible «contemplando en las criaturas la sabiduría del Creador, su poderío y su bondad» (1 Cel 80). «Admiraba en las cosas hermosas al Hermoso por excelencia; todo cuanto encontraba de bueno le decía: "el que nos creó es el mejor de todos"».
Este cántico de las Creaturas no es el himno a la naturaleza, San Francisco no es un ambientalista. El suyo es un Himno Bíblico que parafrasea Los Salmos para alabar a Dios pues: «Buscaba por todas partes e iba siempre en pos del Amado siguiendo sus huellas impresas en las criaturas, y de todas ellas formaba como una escalera para llegar al divino trono» (2 Celano 165).
Nos damos cuenta que lo que preocupa a San Francisco en todo momento no es el de la protección o salvaguardar el ambiente sino la salvación eterna del alma, en armonía con la Doctrina Católica de que la salvación del alma es la suprema ley de la Iglesia,
lo concluye diciendo:
Ay de aquellos que mueran
en pecado mortal.
Bienaventurados a los que encontrará
en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda no les hará mal.
Alaben y bendigan a mi Señor
y denle gracias y sírvanle con gran humildad.
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